A finales de la década de los 70 tas en las industrias culturales de los Estados Unidos existió una serie humorística conocida como “Tres son multitud” cuya argumento se basó en las peripecias cotidianas de tres jóvenes, dos mujeres y un hombre, quienes viven juntos en un departamento. Para ello era necesario engañar al administrador del edifico, el Sr. Roper quien no permite que un hombre viva con las dos chicas. En esta lógica el joven tenía que hacerse pasar como gay para que pueda vivir con las chicas. El Perú puede ser parte de la serie humorística y, sobre todo, porque en nuestro país tres no son multitud.
Cuando me refiero que tres no son multitud en nuestro país es para cuestionar los sentimientos de solidaridad de los peruanos. Las industrias culturales locales producen sentimientos de indignación radical cuando cubren los hechos del palco de la muerte. El asesinato del joven Walter Oyarce en el Estadio Monumental causó un antes y después en la conciencia nacional. Todos se pusieron la camiseta roja y blanca para condenar a los culpables, construir la historia, buscar a los asesinos. También construir la historia de la victima, su familia y espacio social. Lideres de opinión, farándula y políticos construyeron un discurso de unión nacional frente a la violencia.
Lamentablemente no pasó lo mismo con el caserío de Redondo, en el distrito de Cachachi (Cajabamba) en la región Cajamarca donde la comida servida por el PRONAA ocasionó la muerte de tres niños y la intoxicación de 68 menores de edad. Un sector político, con el cual no simpatizo, solicitó la renuncia inmediata de la Ministra Andrea García Naranjo (La Mocha) titular del MIMDES. Los medios de comunicación no fueron ajenos al caso de envenenamiento de los tres niños. En el parlamento existieron duras críticas al gobierno de turno y sus funcionarios públicos. A pesar de ello el caso de muerte en el distrito de Cachachi no causó una toma de conciencia nacional.
Lo irónico del tema es que tanto la muerte de Oyarce y de los tres niños sucedieron en tiempos paralelos. La pregunta es ¿Por qué en el Perú una muerte vale más que tres? La razón se debe por existe una cultura de la indiferencia que sigue reproduciéndose por la débil ciudadanía y la complicidad de las industrias culturales y el mercado. ¿Por qué la gente no salió a las calles para gritar “justicia” por la muerte de los tres niños, como sucedió en el caso de Ciro (otro producto de las industrias culturales)?
Por un lado Walter Oyarce, un joven de universidad privada, de familia de clase media limeña, con un futuro asegurado. Por otra parte tres niños subalternos de zonas rurales, de padres en situación de pobreza, con futuro incierto. Estas coordenadas socioeconómicas pueden explicar porque motivo en el Perú tres no son multitud.