domingo, 26 de agosto de 2012

Para ver más allá de lo evidente


Presentación

Las respuestas obvias
cuelgan en el cartel de la indiferencia
Marcela Robles. Sonríe Mientras Mueres

La Comisión de la Verdad y Reconciliación –CVR- analizó el conflicto armado interno que vivió el Perú durante veinte años (1980 – 2000),  donde la violencia alcanzó el mayor impacto en la historia de la república. La cantidad de víctimas asciende a 69,280, y entre las regiones más afectadas se encuentra Ayacucho con 26,259 víctimas muertas o desaparecidas. Una de las afirmaciones del Informe Final de la CVR fue que la cara del Perú moderno, urbano y limeño en el período de violencia política trató con indiferencia social a las regiones y pueblos más alejados y pobres del país.  La CVR muestra la real magnitud de la violencia hacia el hegemónico “Perú Oficial” por medio de una interesante comparación:
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“Si  la  proporción  de  víctimas  calculadas  para Ayacucho respecto   de  su  población en  1993  hubiera  sido  la misma en todo el país, el conflicto armado interno  habría causado cerca de 1.2 millones de víctimas fatales en todo el Perú, de los  cuales  340  mil  habrían  ocurrido en la ciudad de Lima Metropolitana, el equivalente a la  proyección  del año 2000 de los distritos limeños de San Isidro, Miraflores, San Borja y la Molina” (Tomo I, 2003:53). 
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Si bien la CVR hace una analogía entre las víctimas de Ayacucho con la población de los distritos hegemónicos de la capital limeña es con la finalidad de mostrar la radiografía peruana de la indiferencia social. Es decir, cuando los peruanos que viven en los distritos residenciales y modernos de la capital se olvidan de sus compatriotas del interior del país. La ecuación de omisión política y ciudadana es directamente proporcional a las desigualdades estructurales y sociales, vale decir, mientras más urbano, hegemónico y moderno, entonces mayor indiferencia hacia los peruanos que viven en los espacios marginales, pobres y alejados del país. Los últimos, en lugar de ser los primeros, serán los que siempre esperarán. Y da la coincidencia de que estos pueblos subalternos, ajenos dentro del Perú, son andinos, campesinos, quechuablantes y pobres, donde cualquier parecido con la realidad peruana no es pura coincidencia.
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Pero esta histórica indiferencia social hacia los pueblos más lejanos y pobres del país, producto de las brechas socioeconómicas, también se refleja irónicamente en los  mismos espacios urbanos y modernos de la capital limeña. Esto quiere decir que existen poblaciones subalternas que son ajenas y olvidadas dentro de los espacios hegemónicos del Perú legal, lo cual evidencia que la ausencia de conciencia ciudadana de los sectores modernos del país no esta determinada por las distancias geográfica, sino a un factor que esta más allá de las evidentes lejanías geográficas. Esta es la “distancia subjetiva” que se reproduce en la estructura mental poscolonial de los sujetos sociales, quienes legitiman prácticas discriminatorias y racistas en la sociedad peruana. 
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La distancia subjetiva discrimina a las poblaciones subalternas que se encuentran muy lejanas geográficamente, allá por los profundos andes, y también excluye a los grupos subalternos que se ubican frente de sus narices en la ciudad.  La frase “ver para creer” en el Perú se invierte porque los compatriotas que perciben las evidentes brechas y desigualdades sociales se rehúsan a creer y tomar conciencia ciudadana de los problemas sociales que existen. En el Perú hegemónico se legitima cínicamente la frase “ver para no creer”, donde las poblaciones subalternas que viven en las ciudades modernas del país, también cuelgan en el cartel de la indiferencia.
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Por este motivo la presente investigación tiene como propósito mostrar que no sólo las poblaciones más pobres y alejadas del país son víctimas de la indeferencia social de los sectores desarrollados del Perú. También las poblaciones subalternas que se encuentran dentro de los espacios modernos de la capital limeña son marginadas y excluidas. Este es el caso del sector marginal-urbano San Juan Masías, cuya etnohistoria urbana, cultura y poder trasciende el evidente bloque hegemónico representado por la “ciudad saludable” de San Borja.
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En el periodo de la investigación etnográfica (2000 - 2006) varios de mis amigos, familiares y colegas se mostraban escépticos cuando les contaba que hacía trabajo de campo en una tradicional fiesta patronal ubicada en el distrito de San Borja. Algunos me hicieron el siguiente comentario: “sí las fiestas patronales sólo se celebran en las provincias o en los conos de la ciudad”. Como se puede apreciar este discurso refleja la imagen inmóvil de un moderno del distrito que oscurece y niega la realidad popular de San Juan Masías.
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La imagen de modernidad de las zonas urbanas se puede observar en los distritos limeños de San Isidro, Miraflores, Surco y La Molina. Estos espacios urbanos representan la ciudad de Lima hegemónica, la cual difiere de los espacios urbanos marginales e ilegales que conforman el rostro pobre de la ciudad. Por este motivo, en las investigaciones científicas sociales se ha estructurado un sólido paradigma que comprende y explica la ciudad como una “dualidad”, es decir, una zona céntrica residencial moderna y criolla, la cual se encuentra rodeada por una ciudad marginal, pobre de origen migrante andino.
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El caso del sector marginal-urbano San Juan Masías sale del paradigma dual de la ciudad porque no se ubica en la periferia o cinturón de pobreza de Lima, sino que su realidad urbana popular se encuentra dentro de una de las ciudades más modernas del Perú.  La presente investigación asume el reto de explorar nuevas coordenadas de investigación para seguir conociendo el rostro heterogéneo de la ciudad.