Presentación
Las respuestas obvias
cuelgan en el cartel de la indiferencia
Marcela Robles. Sonríe Mientras Mueres
La Comisión de la Verdad y Reconciliación
–CVR- analizó el conflicto armado interno que vivió el Perú durante veinte años
(1980 – 2000), donde la violencia
alcanzó el mayor impacto en la historia de la república. La cantidad de
víctimas asciende a 69,280, y entre las regiones más afectadas se encuentra
Ayacucho con 26,259 víctimas muertas o desaparecidas. Una de las afirmaciones
del Informe Final de la CVR fue que la cara del Perú moderno, urbano y limeño
en el período de violencia política trató con indiferencia social a las
regiones y pueblos más alejados y pobres del país. La CVR muestra la real magnitud de la
violencia hacia el hegemónico “Perú Oficial” por medio de una interesante
comparación:
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“Si la proporción
de víctimas calculadas
para Ayacucho respecto de su
población en 1993 hubiera
sido la misma en todo el país, el
conflicto armado interno habría causado
cerca de 1.2 millones de víctimas fatales en todo el Perú, de los cuales
340 mil habrían
ocurrido en la ciudad de Lima Metropolitana, el equivalente a la proyección
del año 2000 de los distritos limeños de San Isidro, Miraflores, San
Borja y la Molina” (Tomo I, 2003:53).
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Si bien la CVR hace una analogía entre las víctimas de Ayacucho
con la población de los distritos hegemónicos de la capital limeña es con la
finalidad de mostrar la radiografía peruana de la indiferencia social. Es
decir, cuando los peruanos que viven en los distritos residenciales y modernos
de la capital se olvidan de sus compatriotas del interior del país. La ecuación
de omisión política y ciudadana es directamente proporcional a las
desigualdades estructurales y sociales, vale decir, mientras más urbano,
hegemónico y moderno, entonces mayor indiferencia hacia los peruanos que viven
en los espacios marginales, pobres y alejados del país. Los últimos, en lugar
de ser los primeros, serán los que siempre esperarán. Y da la coincidencia de
que estos pueblos subalternos, ajenos dentro del Perú, son andinos, campesinos,
quechuablantes y pobres, donde cualquier parecido con la realidad peruana no es
pura coincidencia.
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Pero esta histórica indiferencia social hacia los pueblos más
lejanos y pobres del país, producto de las brechas socioeconómicas, también se
refleja irónicamente en los mismos
espacios urbanos y modernos de la capital limeña. Esto quiere decir que existen
poblaciones subalternas que son ajenas y olvidadas dentro de los espacios
hegemónicos del Perú legal, lo cual evidencia que la ausencia de conciencia
ciudadana de los sectores modernos del país no esta determinada por las
distancias geográfica, sino a un factor que esta más allá de las evidentes
lejanías geográficas. Esta es la “distancia subjetiva” que se reproduce en la estructura
mental poscolonial de los sujetos sociales, quienes legitiman prácticas
discriminatorias y racistas en la sociedad peruana.
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La distancia subjetiva discrimina a las poblaciones subalternas
que se encuentran muy lejanas geográficamente, allá por los profundos andes, y
también excluye a los grupos subalternos que se ubican frente de sus narices en
la ciudad. La frase “ver para creer” en
el Perú se invierte porque los compatriotas que perciben las evidentes brechas
y desigualdades sociales se rehúsan a creer y tomar conciencia ciudadana de los
problemas sociales que existen. En el Perú hegemónico se legitima cínicamente
la frase “ver para no creer”, donde las poblaciones subalternas que viven en
las ciudades modernas del país, también cuelgan en el cartel de la
indiferencia.
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Por este motivo la presente investigación tiene como propósito
mostrar que no sólo las poblaciones más pobres y alejadas del país son víctimas
de la indeferencia social de los sectores desarrollados del Perú. También las
poblaciones subalternas que se encuentran dentro de los espacios modernos de la
capital limeña son marginadas y excluidas. Este es el caso del sector
marginal-urbano San Juan Masías, cuya etnohistoria urbana, cultura y poder
trasciende el evidente bloque hegemónico representado por la “ciudad saludable”
de San Borja.
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En el periodo de la investigación etnográfica (2000 - 2006) varios
de mis amigos, familiares y colegas se mostraban escépticos cuando les contaba
que hacía trabajo de campo en una tradicional fiesta patronal ubicada en el
distrito de San Borja. Algunos me hicieron el siguiente comentario: “sí las fiestas patronales sólo
se celebran en las provincias o en los conos de la ciudad”. Como se puede apreciar
este discurso refleja la imagen inmóvil de un moderno del distrito que oscurece
y niega la realidad popular de San Juan Masías.
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La imagen de modernidad de las zonas urbanas se puede observar en
los distritos limeños de San Isidro, Miraflores, Surco y La Molina. Estos espacios
urbanos representan la ciudad de Lima hegemónica, la cual difiere de los
espacios urbanos marginales e ilegales que conforman el rostro pobre de la
ciudad. Por este motivo, en las investigaciones científicas sociales se ha
estructurado un sólido paradigma que comprende y explica la ciudad como una “dualidad”,
es decir, una zona céntrica residencial moderna y criolla, la cual se encuentra
rodeada por una ciudad marginal, pobre de origen migrante andino.
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El caso del sector marginal-urbano San Juan Masías sale del
paradigma dual de la ciudad porque no se ubica en la periferia o cinturón de
pobreza de Lima, sino que su realidad urbana popular se encuentra dentro de una
de las ciudades más modernas del Perú.
La presente investigación asume el reto de explorar nuevas coordenadas
de investigación para seguir conociendo el rostro heterogéneo de la
ciudad.