Todo el mundo y, sobre todo, el universitario protestaron por la
propuesta de la Ley de Reforma Universitaria, más conocida como la Ley Mora. La
Superintendencia de la Universidad, una propuesta del mencionado congresista,
cuestionaba la autonomía universitaria. Entonces la protesta de los
jóvenes y estudiantes universitarios no se hizo esperar. La consigna política
de la autonomía no es algo singular o excepcional en la administración del
Estado peruano, es la regla. La autonomía está de moda porque tiene para
todos los gustos en universidades, gobiernos regionales, locales y, en
especial, el Congreso de la República que utiliza su autonomía para repartirse
el Perú a la imagen y semejanza de la ideología cínica de la política
contemporánea.
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La muerte del padre, es decir, la deslegitimación de la ley se ha
cotidianizado en la vida cotidiana y pública. El padre es asesinado por
sí mismo, un suicidio político. Lo mismo ocurrió por los padres de
la patria del Perú, quienes por mayoría de votos se mataron
políticamente. La elección de Rolando Sousa como miembro del Tribunal
Constitucional fue la jalada de gatillo del sistema de partidos políticos
nacional. El fujimorismo es el partido cínico por excelencia porque se
burló, cuestionó y quebró de la institucionalidad democrática en la década de
los noventas, pero eso no es tomado en cuenta a la hora de las votaciones. Los
padres de la chacra nacional. Por esta razón es necesaria la
Superintendencia del Congreso de la República.
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Los Gobiernos Regionales y Locales también tienen como bandera de
batalla la autonomía. La Constitución Política y las leyes de base de la
descentralización, orgánica de gobiernos regionales y locales garantizan la
autonomía política, administrativa y económica. Pero se ha de mostrado
que en el reino de la autonomía, la mediocridad es rey. El caso del
Presidente Regional de Ancash, César Álvarez, quien forma parte de la lista de
alcaldes, tipo selección nacional, quienes son acusados por temas de
corrupción. Irónicamente ellos son los principales defensores de la autonomía,
pero a la hora de la gestión son los primeros en el arte de la repartija
pública. También es necesaria una Superintendencia de la Autonomía
Gubernamental.
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La autonomía universitaria no es ajena a la mediocridad y la
corrupción. En mis años de universitario, existía intervención militar
del fujimontecinisno en la Universidad San Marcos, pero luego del regreso de la
democracia en el Gobierno de Transición del Presidente Paniagua, también llegó
la autonomía universitaria. Luego de una década autonomía en la Decana de
América, como se le dice a San Marcos, las cosas siguen igual de mediocre. No
es extraño que el principal deporte universitario sea la toma de facultades, es
decir, una medida de fuerza estudiantil (abalado por los docentes opositores)
que consiste en el arte autoritario de prohibir la entrada de las
autoridades y docentes, incluidos los alumnos que no simpatizan con las tomas
porque prefieren estudiar. Los colectivos de izquierda universitaria no
afinaron en el diagnóstico porque ellos no quieren una autonomía autista, es
decir, desconectado de la realidad exterior a las paredes universitarias.
En el caso de San Marcos jamás lo fue y dudo que lo sea. La
autonomía cínica es bien criolla en sacarle la vuelta a la ley y, sobre todo,
negarse a la ley que tiene como propuesta la Superintendencia Universitaria.
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Frente a este escenario de impunidad y mediocridad del Congreso de
la República, las universidades, los gobiernos regionales y locales, entre
otras instituciones públicas, la autonomía cínica estructura las coordenadas
comunes que se reflejan en los Partidos Políticos. Si bien las instituciones
moldean la conducta individual y el comportamiento de los miembros de las
organizaciones públicas, la autonomía cínica hace que los individuos y grupos
de interés se aprovechas de las reglas de juego institucionales para
beneficiarse de lo público. No es una crisis de la institucionalidad,
sino que el cinismo se ha institucionalizado como la nueva regla de juego que
juega en outside para maximizar los intereses privados en la gestión pública.
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La idea de la Superintendencia de las instituciones públicas con
autonomía construye la imagen del autoritarismo a la peruana. La cultura
de la desconfianza se encarna en el Superintendente. Pero lo irónico del
asunto es que sin la existencia de la Superintendencia se producen y reproducen
cientos de autoritarios en las instituciones públicas en el país quienes
utilizan la autonomía legal para actuar cínicamente en contra del espíritu de
la ley, los ciudadanos y ciudadanas. Ahora que los congresistas se
reparten los cargos políticos de forma cínica, la figura de la Superintendencia
es necesaria. Pero ello nos llevaría a un debate nacional sobre el Perú
que queremos.
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La mayoría de edad todavía no llega al país, no puede ser autónomo
porque necesita de tutelaje para que logren tomar decisiones y gestionar
en beneficio del bien público. Por tal motivo, es menester la activación
de la institucionalidad pertinente para enfrentar la autonomía cínica que
existen en las universidades, gobiernos regionales, locales y el Congreso de la
República, entre otros. Esto es fundamental para neutralizar la autonomía
cínica y tener las bases institucionales de la construcción de una república de
ciudadanos/as.