Por Raúl Rosales León
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El título de esta mesa denominada El Sabor y la Piel hace que sea justa y
necesaria una buena sazón de análisis y reflexión en torno la novela escrita
por Wilfredo Ardito El Cocinero
Clandestino sin antes felicitarlo
porque su libro es una valiosa contribución para develar las múltiples formas
de discriminación y racismo de la sociedad peruana, un tema que ciertos
individuos y grupos de poder prefieren esconder porque incomoda sus
convicciones e intereses.
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Aprovecho estas líneas para reconocer
a la Parlamentaria Andina, Hilaria Supa, por su constante preocupación en este
tipo de temas y, a la vez, agradecer su gentileza por brindar las facilidades para
la utilización de la sala Quiñones del Congreso de la República.
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Agradecer al Partido Político
Constructores Perú por sumarse a la organización de este evento y, a la vez, por
dar su voto de confianza (un concepto que
está de moda últimamente en el Congreso de la República) a mi persona para
compartir un conjunto de reflexiones en el marco de la construcción de una
República de Ciudadanos/as.
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También es un honor compartir la mesa
con Susana Frisancho quien desde sus reflexiones desde la psicología educativa
vamos a jugar en pared para la presentación de la novela.
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Finalmente agradecer la presencia del
público presente por su asistencia y compromiso en este tipo de temas de
interés público.
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En
mi calidad de antropólogo clandestino me gustaría comentar la novela El Cocinero Clandestino en el marco de
un debate sobre la relación entre la literatura y la sociología; un debate que
ocurrió hace aproximadamente 50 años en el Instituto de Estudios Peruanos (que
esta semana está de celebración de aniversario), en donde se realizó una serie
de mesas redondas con el fin de poner en práctica el diálogo interdisciplinario
y analizar la pertinencia de la literatura para comprender la realidad peruana.
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Participaron
en el debate destacados intelectuales como José María Arguedas, Sebastián
Salazar Bondy, Mario Vargas Llosa, Oswaldo Reynoso, Aníbal Quijano, Matos Mar,
Henri Fravre, entre otros. El debate concluyó prematuramente con la mesa
redonda sobre la novela Todas las Sangres
de José María Arguedas, algo que marcó un hito en las ciencias sociales en el
Perú.
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Existieron
diferentes posiciones entre literatos y científicos sociales frente a un texto
literario; surgieron un conjunto de posiciones y puntos de vista:
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Una posición, planteó
la separación radical entre la novela y la realidad exterior porque la obra
literaria se emancipa del autor y lleva una vida totalmente independiente. (Mario Vargas Llosa).
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La segunda posición, señaló
que la literatura no podía estar desligada de la política, en donde el autor
debe tener una abierta militancia política para cambiar la realidad (Oswaldo Reynoso).
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La tercera posición, manifestó
tajantemente que la novela no tiene conocimiento objetivo ni método científico,
por tal motivo, no ofrece una imagen real de la sociedad. (Aníbal Quijano y
Henri Fabre).
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La última posición, afirmó
que la novela si ofrece una imagen de la realidad social como producto de las
experiencias del autor y de sus conocimientos vivenciales (José María Arguedas).
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Uno
de los momentos de mayor controversia del debate fue cuando la novela Todas las Sangres fue cuestionada porque
los doctores de la ciencia señalaron que la obra literaria no contenía
objetividad, método ni una ideología explícita. Frente a estas críticas,
Arguedas exclamó: “Si no es un testimonio
entonces yo he vivido por gusto, he vivido en vano, o no he vivido !No¡ Yo he
mostrado lo que he vivido. Ahora que me demuestren que eso que he vivido no es
cierto.
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Regresando
al presente en la sala Quiñones, se puede afirmar que El Cocinero Clandestino mantiene vigente el debate entre la
literatura y la sociología incluyendo una interrogante que estuvo ausente hace
50 años: ¿qué es lo común entre un texto literario y uno sociológico? La
respuesta es la construcción de imágenes contradictorias de la realidad social.
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La
imagen del Perú como una sociedad que avanza y progresa con crecimiento y
desarrollo económico, con el boom gastronómico como producto de la bandera Marca Perú, pero a la vez manteniendo
duras brechas sociales; como es el caso de la educación en el Perú en donde
existen y se reproducen las brecha de los aprendizajes entre zonas urbanas y rurales;
en esta última zona se encuentran las poblaciones más pobres y alejadas del
país.
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Es
necesario señalar que las contradicciones son estructurales, socioeconómicas, las
cuales fueron analizadas por el Informe
Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), cuando se confirmó
que los distritos modernos de Lima Metropolitana trataron con indiferencia
social a las poblaciones más pobres y alejadas país que sufrieron el mayor
impacto de la violencia política; siendo las mujeres campesinas quechuahablantes
las víctimas con mayor grado de vulneración de sus derechos humanos.
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En
una de las audiencias públicas de la CVR, Primitivo Quispe, poblador campesino de
Ayacucho, enunció en su testimonio que su pueblo era pueblo ajeno dentro del
Perú; esta imagen de exclusión también se visualiza en la novela El Cocinero Clandestino cuyo
protagonista, el cholo Wilson Quispehuamán es un Chef creativo e innovador pero
es ajeno dentro del mundo de la gastronomía limeña por su color de piel, su apellido y su origen; la marginación sucede
principalmente en el distrito moderno de San Isidro.
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A manera de pie de
página de mis comentarios, me ha parecido muy literaria una imagen de la vida
cotidiana en estos tiempos electorales; un candidato a la alcaldía de San
Isidro construye un sentimiento de identidad vecinal, la identidad del Pituco.
Ustedes pueden leer en la propaganda política: “Pituco Salinas, Alcalde de San
Isidro, Vamos a Trabajar, Delincuencia Cero ¡Cararajo! Partido Democracia
Directa.
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Una
variable que destaco en la novela de Wilfredo es la forma de construcción de
las distintas visiones y subjetividades (imaginarios sociales) de los
personajes sobre los mismos hechos: una especie de mirada de paralaje. Este
concepto proviene de la astronomía y se refiere a un cambio aparente de la
posición de un objeto producido por una variación de la posición del observador;
pueden ocurrir diferentes observaciones frente a un mismo objeto y, por ende,
el cambio de posición del observador (con una carga subjetiva) hace que cada
personaje de la novela tenga una visión particular sobre el Otro. Esto nos
ayuda a comprender las profundas contradicciones y antagonismos entre los
peruanos.
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Otra
variable es con respecto a la construcción de la realidad social, El Cocinero Clandestino nos brinda un
insumo muy valioso para ensayar diversas interpretaciones sobre el Perú.
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Una
posible lectura puede ser a través de los niveles
socioeconómicos (NSE) A, B, C, D y E muy utilizado por las empresas de
estudio de mercado y encuestadoras como Ipsos Apoyo o Apeim donde se puede
caracterizar cada uno de los personajes de la novela; por medio de los NSE
ustedes pueden ubicar a cada personaje de la novela.
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La
segunda lectura es por medio el discurso emprendedor, al estilo Nano Guerra
García, en donde el cholo Wilson Quispehuamán puede ser interpretado como
sujeto emprendedor, migrante, que supera los obstáculos sociales para lograr el
éxito en el mundo de la gastronomía.
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También
se puede tener la lectura del rombo social propuesta por Rolando Arellano que
deja en el pasado la pirámide social compuesto por la mayoría de la población
en situación de pobreza. En el Al Medio
Hay Sitio Arellano señala que existe un aumento poblacional de la clase
media compuesto por sujetos emergentes y progresistas, hijos de migrantes.
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El
enfoque de género no puede estar ausente, el cual puede ser útil para
comprender la construcción del sistema sexo-género entre los personajes
masculinos y femeninos de la novela. Aconsejo analizar el personaje de Ines
Mujica (esposa de Alessandro Bartucelli) una mujer pituca presa de los
parámetros de género de la alta sociedad limeña.
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Por mi parte ensayaré una interpretación desde una
perspectiva crítica, con ingredientes de la teoría marxista y sazón al gusto a
la realidad peruana. A manera de hipótesis la novela narrada por Wilfredo refleja
un sociedad compuesta por clases sociales, cada una de las clases está
representada por los personajes de la novela.
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La
clase subalterna y chola que compone la base de la pirámide social, representada
por el cholo Wilson Quispehuamán, un joven cusqueño que luego de graduarse de
Chef en España, regresa a Lima para buscar el reconocimiento social y éxito
mundo de la gastronomía limeña, pero tiene una barrera social: el mal sabor del
racismo a la peruana.
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La
clase media, representado por Renato Dammert, un sociólogo de una universidad
limeña y de tendencia caviar que le gusta ir a Quilca, comer bien y, sobre todo,
buscar explicaciones para comprender la sociedad peruana. El gordo Dammert es
el genio maligno de la trama central de la novela.
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La
clase alta y hegemónica, representado por Alessandro Bartucelli quien es un
mediocre estudiante de cocina, pero tiene los signos exteriores de éxito:
blanco, apellido extranjero, estatus social y dinero.
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Desde
la interpretación marxista, el cholo Wilson Quispehuamán de humilde cuna representa
al proletariado cuyos productos (gastronómicos) le son enajenados para volver
famoso y exitoso al hegemónico Alessandro Bartucelli de cuna de oro quien es el
dueño de los medios de producción: la cadena de restaurantes el Bartuccio.
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En
la novela existe una imagen de contradicción irónica construido por el sentido
de humor de Wilfredo: el cholo clandestino en la cocina quien es el único que
conoce el secreto del éxito del pituco de San Isidro.
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Me
detengo en el análisis de la clase media en el marco de una polémica entre Haya
de la Torre y José Carlos Mariátegui ocurrido hace aproximadamente 90 años. Haya
de la Torre consideró a la clase media como la más culta (a comparación del
joven proletariado y la amplia población campesina), lo cual le permite tomar
conciencia y encabezar la lucha anti-imperialista. Para José Carlos Mariátegui
la clase media no es propiamente una clase, sino una zona de transición ambigua
e indefinida; esta pequeña burguesía no podría llevar a cabo una lucha contra
la oligarquía y el antiimperialismo.
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Según
el Amauta: “para resistir la creciente tendencia a la proletarización, a la que
la empuja el capitalismo imperialista, la pequeña burguesía busca emplearse en
las grandes corporaciones capitalistas, en la medida que la sociedad no le
ofrece otra posibilidad de ascenso social. Mientras más se desarrolle y
consolide el imperialismo, mejores oportunidades de elevar su situación social
tendrá la pequeña burguesía”.
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Luego
de leer la novela de Wilfredo, la caracterización de la clase media de José
Carlos Mariátegui coincide con el personaje de Renato Dammert que es un sociólogo
que no trabaja en su profesión (parece que no hay futuro para los sociólogos en
el Perú). Él aprovecha la ventana de oportunidad del boom gastronómico peruano
para buscar emplearse, siendo el intermediario entre las clases antagónicas
representado por el humilde plebeyo Wilson y Alessandro de noble cuna.
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Renato
Dammert hace uso de su habilidad para la gestión de conflictos evitando la
profundización del antagonismo entre clases sociales. Cuando el gordo Dammert logró
el contrato social perverso, cuando Quispehuamán acepta la clandestinidad para
hacer famoso al pituco Bartucelli, Renato al verlos abrazados pensó que en esa
cocina de San Isidro se había logrado la ansiada integración nacional.
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Si
el antropólogo y maestro Carlos Iván Degregori hubiese leído esta escena de la
cínica integración nacional, hubiese reflexionado: “pero hegemónicos y
subalternos, patrones y clientes, se conforman mutuamente. No es solo el
poderoso el que manipula. Su manipulación es posible porque los subordinados
aceptan de alguna manera, por necesidad o por opción estar en dicha relación”.
Una relación de complicidad, algo que el sociólogo Pierre Bourdieu
conceptualiza como la violencia
simbólica, cuando los dominados de la sociedad son los cómplices de la
dominación.
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Invito
a la lectura de la novela El Cocinero
Clandestino para que construyan sus propias interpretaciones sobre la
realidad narrada por Wilfredo Ardito que arma situaciones cotidianas muy
significativas para visualizar las múltiples formas de discriminación que existe
en nuestra sociedad, las cuales se han naturalizado y objetivatizado; un
ejemplo de ello es el Programa de la Paisana Jacinta que tiene hasta un circo,
en donde el racismo tiene sentido de humor perverso y cínico entre peruanos.
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Retomando
el debate entre la literatura y la sociología, El Cocinero Clandestino, no es simplemente un producto literario
ajeno a la realidad exterior del autor, sino que conforma parte del aporte
comprometido de Wilfredo Ardito para luchar contra el racismo en el Perú. Finalmente
parafraseando al antropólogo y literato José María Arguedas, Wilfredo no vive
en vano, ahora que le demuestren a él que todo lo que ha escrito y vivido no es
cierto.