Por Raúl
Rosales León.
Luego
de la derogatoria de la Ley Pulpín, el tiempo será testigo que los jóvenes que
salieron a las calles a luchar por la defensa de los derechos laborales,
dejarán de ser jóvenes; pero lo que se mantendrá será la ciudadanía (real y no
legal). El discurso ciudadano es el mejor antídoto contra los juvenólogos y juvenilitas.
Con
a la experiencia de la lucha contra el fujimorismo iniciada por la ciudadanía
universitaria en 1997, comenzaron a surgir los juvenólogos, los proyectos para
jóvenes y el juvenilismo. Los especialistas
en jóvenes que hubo en todo calibre, los que decían “los jóvenes sí pueden”, hasta
de los que no sabían de lo que hablaban. De repente surgieron los encuentros
juveniles, diálogos juveniles, movimientos juveniles, campamentos juveniles,
tonos juveniles y organizaciones juveniles.
La
Ley Pulpín mostró la debilidad política del gobierno, la crisis de la institucionalidad laboral y la fuerza del noismo. Frente a la Ley Pulpín no hay propuesta. Rosa María Palacios siempre le dice a los
jóvenes anti-ley pulpin “es mejor algo (la ley) que nada”, hasta ahora no
existe una respuesta clara y concreta.
La estrategia de ella es llevar el debate a un escenario neoliberal, en
base a las lecciones de economía de Boloña Berh quien dijo el siguiente axioma:
“es preferible 1% de algo que 100% de nada”.
El
debate debe girar en otro escenario, el de los derechos. Buscar una buena ley en
el marco de la institucionalidad laboral, es decir, legitimando el Consejo
Laboral como el espacio en donde toda iniciativa relacionada con el trabajo sea
debatida para buscar un consenso. De esta manera evitar a los iluminados
técnicos quienes deciden el futuro de millones de peruanos.
Pero
si nos quedamos con el rollo juvenilista se entra en un círculo vicioso, se pierde
la visión del país, la institucionalidad y la ciudadanía. Por ese motivo,
frente al ingenioso lema “cholo sí, barato no”, hay que hacerlo dialogar con “cholo/a sí, ciudadano/a también” para construir una República de
Ciudadanos/as.